viernes, 25 de octubre de 2024

El Romance de Stanley

 El Romance de Stanley

En una tienda de camping, rodeado de una multitud de termos de diversas formas y colores, se encontraba un magnífico termo de acero inoxidable, de la reconocida marca Stanley. Con un brillo impecable y un diseño robusto, no solo destacaba por su calidad, sino también por una arrogancia que era palpable.

Stanley sabía que era el rey entre los termos, y lo disfrutaba. Desde el primer día en que sus ojos se posaron en él, Juanpi, su propietario, se sintió fascinado. Era un lugar lleno de termos comunes: de plástico con diseños llamativos, algunos de colores vibrantes, otros con frases de motivación. Pero Stanley, con su elegante acabado y su estructura resistente, tenía una grandeza que ninguno de los demás podía igualar. Juanpi lo compró sin titubear. Desde ese momento, su vida comenzó a transformarse. Cada mañana, antes de salir de casa, se miraba en el espejo y decía: “Hoy será un gran día. Hoy tengo a Stanley conmigo.”

Stanley, por su parte, sabía que su valor era incuestionable. No solo era un termo; era un símbolo de estatus, un compañero digno de un aventurero. Se sentía orgulloso de su capacidad para mantener el café caliente durante horas y el agua fría incluso bajo el sol más abrasador. Cada vez que Juanpi lo llenaba, Stanley se erguía aún más, consciente de su grandeza. “¿Por qué optar por lo mediocre?”, resonaba en su interior con un tono de orgullo. “Los termos de plástico no son más que accesorios desechables.”

La pareja pasaba semanas explorando sendas y montañas, donde Stanley se lucía. Después de largas caminatas, los amigos de Juanpi siempre buscaban refrescos en envases de colores chillones. Sin embargo, cuando Juanpi sacaba a Stanley de su mochila, todos caían en la admiración. “¡Miren! Ahí viene el líder oficial, el termo que todos querrían tener”, bromeaban. Y Stanley se pavoneaba, haciendo alarde de su aislamiento al vacío y de su resistencia, mientras hacían fila para disfrutar de la bebida que él guardaba celosamente.           

Pero la vida en el hogar de Juanpi no siempre era perfecta para Stanley. Había momentos en que, al llegar de una aventura, el termo lograba captar la atención de Juanpi, pero nunca podía evitar los días en los que este lo olvidaba. Determinado a poner fin a esos olvidos, Stanley pensó en un modo de hacerse notar. Esa tarde, mientras Juanpi lavaba los platos, Stanley se sentía rutilante. “¿No ves lo que estás descuidando, humano?”, quiso gritar. Pero solo podía esperar. Finalmente, un día en que Juanpi se preparaba para salir con sus amigos a una barbacoa, Stanley decidió actuar. Con un leve golpe, se desplomó de la mesa y cayó al suelo. Juanpi se sobresaltó. “¡Stanley! ¿Qué te pasa?” Se agachó y lo recogió, notando una pequeña abolladura. “Sólo una mella. Eres indestructible, ¿verdad?” Stanley se sintió triunfante. Era su momento de brillar. El evento se convirtió en una historia dramática entre sus amigos. “Me importas, Stanley”, pensaba Juanpi mientras contaba cómo su fiel termo había quedado dañado en la batalla contra el destino. Stanley, aclamado como un héroe, agradeció silenciosamente el dramatismo que había creado. “No solo soy un recipiente; soy un compañero indispensable”, musitó para sí. Las semanas pasaron, y en las salidas al aire libre, Stanley reinaba en todas las charlas. Pero con el tiempo, su arrogancia comenzó a crear rivalidades.

Toby, un termo de plástico brillante y de colores vibrantes, comenzó a burlarse de él. “¡Qué arrogante eres, Stanley! Solo porque te compraron para un estilo de vida aventurero. Yo soy ligero y a prueba de caídas. ¿Pero cuántas aventuras reales has vivido? Te llenan y te cuidan como a un niño”. Stanley, indignado, respondió con desdén: “¿Así que pretendes comparar? ¿Qué aventura has vivido tú, además de ser un accesorio decorativo? Hay un mundo fuera de tu plástico, y yo soy el que lo recorre”. Mientras la discusión se intensificaba entre los dos, Juanpi se daba cuenta de cómo la arrogancia de Stanley, su compañero fiel y de buen corazón, a veces lo llevaba a despreciar lo simple y lo cotidiano. Sin embargo, era esa misma arrogancia lo que les daba emoción a sus aventuras. Un día, mientras acampaban bajo el cielo estrellado, Stanley vio a Juanpi mientras disfrutaba del café caliente en un amanecer brillante. El sonido de la naturaleza a su alrededor, el aroma del café y la felicidad en los ojos de Juanpi fueron las experiencias que Stanley deseaba vivir eternamente. “Soy uno, y soy especial, pero nunca debo olvidar que no estoy solo”, pensó, halagado por su grandeza y reconociendo el valor de cada termo en la vida de su dueño. Y así, mientras el sol comenzaba a asomarse en el horizonte, no había lugar para el desprecio entre termos, sino para comprender que, si bien Stanley era excepcional, la aventura de la vida nunca podría ser completa sin los pequeños momentos compartidos.

El romance de Stanley era simplemente un reflejo de su relación: Arrogancia, grandeza, y a la vez, el descubrimiento de que incluso los termos más orgullosos tienen un lugar en el corazón. Al final del día, era el amor entre un hombre y su termo lo que realmente destacaba, y esa conexión permanecería viva mientras siguieran explorando el mundo juntos.