EL CAPITÁN Y LA NIÑA ELOÍSA
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antos años bailaron El Capitán y la Niña Eloísa, que alcanzaron la perfección. Cada uno podía intuir el siguiente movimiento del otro, el instante exacto de la próxima vuelta. No habían perdido el paso ni una sola vez en cuarenta años. Por eso resultaba tan difícil imaginar que nunca habían cruzado ni una sola palabra.
Sin embargo, a nadie parecía preocuparle este último curioso detalle. Su baile era tan excelso e hipnótico que era lo único que importaba a la audiencia y a escasos conocidos. La pareja no tenía amigos ni frecuentaba el ambiente artístico. Después de cada función ambos se retiraban furtivamente sin decir palabra. El secreto y la ocultación era su forma de vida. De todas maneras, las particularidades y extravagancias se repetían con mucha frecuencia en el ambiente artístico, donde todos respetaban la aparente excentricidad de la célebre pareja.
Sin embargo, a nadie parecía preocuparle este último curioso detalle. Su baile era tan excelso e hipnótico que era lo único que importaba a la audiencia y a escasos conocidos. La pareja no tenía amigos ni frecuentaba el ambiente artístico. Después de cada función ambos se retiraban furtivamente sin decir palabra. El secreto y la ocultación era su forma de vida. De todas maneras, las particularidades y extravagancias se repetían con mucha frecuencia en el ambiente artístico, donde todos respetaban la aparente excentricidad de la célebre pareja.
La reserva y sobriedad dominaban sus expresiones públicas y casi no había fotos de la dupla sonriendo y saludando a sus admiradores. A pesar de lo expuesto, no eran agrios y sus rostros reflejaban una tranquilidad extrema propia de una gran paz interior. No tenían hijos ni parientes a la vista. Aquellos devotos que los conocían bien, esos fanáticos que los seguían a muerte en todas las funciones, aseguraban adivinar gestos sutiles de cariño entre la pareja. Las giras eran siempre domésticas, nunca habían salido de España ni lo harían.
Alejados de las miradas curiosas de sus admiradores, la pareja vivía en una sobria mansión rodeada de un muro en una hermosa vecindad de los suburbios de Madrid. Se suponía que compartían el lecho, solo se suponía, y el tema agregaba otra nota enigmática a la vida de ambos. El paredón sumaba otra barrera a su impenetrable mundo. En esos tiempos no abundaban los fisgones ni paparazis y se sentían con una absoluta privacidad. Nuestros bailarines, que ya habían superado holgadamente los cincuenta años de edad, se encontraban en buen estado físico y el público no pensaba en un pronto retiro de sus ídolos.
Con el pasar de los años El Capitán y la Niña Eloísa se convirtieron en un mito imbatible de la danza flamenca con una corte de seguidores que superaba cómodamente algunos cientos de miles. Sabido es que el fanatismo suele crear desvaríos, cada tanto emergía entonces algún rumor o versión supuestamente bien informada sobre la intimidad de la pareja y sus secretos. La verdad siempre se imponía al final y dejaba al descubierto la farsa y las maliciosas intenciones de la noticia inventada.
Va de suyo que la hipótesis más creíble y recurrente era de que los “bailaores” eran sordomudos, pero esta explicación era prontamente descartada al confrontarla con los hechos: era totalmente imposible que una pareja sin oído pudiese bailar y conseguir la perfección que habían logrado alcanzar. Nadie ya dudaba de que esta incapacidad, que circuló con fuerza durante algunos años, fuera totalmente descabellada. ¿Y algún pacto de silencio cumplido a rajatabla por más de cuarenta años? También esta posibilidad tuvo sus méritos en algunos ámbitos más dados al esoterismo, pero con el tiempo la idea se desvaneció como arena entre los dedos. El tiempo inexorable siguió moviendo las páginas del almanaque y un frío y nefasto día de enero la pareja cometió el primer error de su vida sobre el tablado. La noticia cundió como reguero de pólvora en toda España y la vergüenza profesional envolvió a los ídolos infalibles. A partir de ese día, abrupta e inexplicablemente, no hubo más funciones ni apariciones en público. Se recluyeron en su mansión durante semanas, en un silencio absoluto. Luego, en otro aciago día para los seguidores del dúo recibieron de los periódicos la triste noticia del retiro de las tablas de la pareja. Se supuso luego que el error y la edad habían sido las probables causas del abandono de los escenarios. La feligresía compró la noticia, muy plausible por cierto. La pareja desapareció de los escenarios después del incidente y de la atención popular y jamás se volvió a hablar del tema. Cinco años más tarde, despertó la ciudad con una triste e indigerible noticia, el fallecimiento del El Capitán. En sus modestas exequias se pudo ver a la Niña Eloísa bastante envejecida y muy esquiva a los periodistas y seguidores. Antes de que concluyera la ceremonia ésta partió raudamente a recluirse mansamente en su residencia.
Otros cinco años pasaron sin noticias de la Niña. En los tablados clásicos de España eran considerados como dioses mitológicos por los expertos del flamenco, únicos e inigualables. El gran público parecía haberlos olvidado. No obstante, un melancólico domingo de febrero el matutino más prestigioso de Madrid amaneció con una noticia conmocionante, la Niña había abierto su corazón a la prensa y contaba, por fin, los secretos históricos de la mítica pareja de artistas. Por medio de un intérprete de lenguaje sordomudo la Niña contó su misteriosa historia.
Durante la horrenda y cruel guerra civil española, la pequeña Niña vivía con sus padres en un ignoto poblado de Extremadura, donde los republicanos se habían hecho fuertes y presentaban un duro rechazo al avance de los nacionalistas. Finalmente, la resistencia cedió, superados en número y en pertrechos por los falangistas y el pueblo se rindió. Las represalias no se hicieron esperar y se fusilaron a la mayoría de los adultos y ancianos de la comarca. Con los más pequeños se perpetró una de las tantas atrocidades que ocurrieron en la guerra civil y que desgarró a la sociedad española. Algunos niños fueron ahorcados mientras que a los de menor edad se les cortó la lengua para que fuesen testigos silenciosos de lo que podría llegar a pasarles a los que se oponían al nuevo sistema de gobierno. El nazismo aliado ya comenzaba a mostrar su influencia y su despiadada impronta.
Luego del final de la guerra, la infanta Niña deambuló de hogar y región y de región y hogar, hasta dar con una casa de niños huérfanos de Andalucía donde también estaba internado otro niño mutilado como ella, el Capitán. Simpatizaron de inmediato y se hicieron inseparables. Se hace innecesario, a partir de este punto, mencionar el resto de la saga para adivinar el gran misterio de amor y pasión por la danza que unió a los bailarines más famosos de la península ibérica. El silencioso dúo alegró la vida durante casi medio siglo de miles de sus acólitos en la orgullosa tierra de la Hispania romana.
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