jueves, 25 de noviembre de 2021

 ODISEO

como Parábola de VIAJE

Contribución anónima

Héroe griego, Ulises –latinización de su nombre griego Odiseo–, es una figura de la mitología griega cuya encarnación más conocida es la que hizo de él el poeta ciego Homero para protagonizar la Ilíada y también la Odisea.

Hijo de Laertes y Anticlea, aunque según otras versiones se considera a Sísifo como su verdadero padre, nacido en Ítaca y discípulo en sabiduría y armas del centauro Quirón.

Al finalizar la guerra de Troya, Odiseo decide volver a casa con el botín conseguido tras diez años de batallas. Por desgracia, deja ciego al cíclope Polifemo y atrae la ira de Poseidón quien hace que su viaje sea más tortuoso, durante los siguientes diez años. Odiseo pasa por innumerables peligros y pierde a todos sus compañeros antes de llegar a Ítaca, donde un gran número de pretendientes espera casarse con Penélope al creerle muerto. Ulises los mata a todos y retoma el trono.

La parábola se ha convertido ya en un lugar común que merece ser analizado. Es habitual que mencionemos la palabra odisea por el simple hecho de estar en un recorrido complicado, atribuible según el mito a la maldición de Poseidón, cuando en realidad Odiseo, lo que hacía era volver a casa, con el peso adicional de otros diez años de batallas.

Imaginen lo difícil que debe ser escapar del país en el que se ha nacido, por guerras, por tiranías, por enfermedades, por pobreza y miseria para salvar a nuestros hijos y salvarnos nosotros mismos. Abundan ejemplos de estos éxodos en todo el mundo y en todas las épocas, como si los designios agoreros de Poseidón cobraran vigencia.

Lo cierto es que cuando emprendemos un largo viaje, tan largo como el de Odiseo, de regreso a nuestro lugar este no será igual ni nosotros seremos los mismos. Nosotros hemos cambiado y el entorno que teníamos dominado con nuestros sentidos también cambió. Los lugares sufren transformaciones, los olores no son los mismos, la actitud a nuestro regreso ya no es la misma que cuando nos fuimos. La cultura sufre alteraciones, depende del viaje que esta sea ampliada o empobrecida; los proyectos y los sueños también cambian.

Jorge Úbeda, en su libro “La vida como viaje, examen de una metáfora”, observa tres maneras de entender el viaje: El lado sombrío del viaje contemporáneo, el viaje imposible y el viaje a las estrellas. Afectado por los ciclos del capital, como cualquier práctica que realizamos hoy en día, es evidente que la noción del viaje se ha transformado drásticamente. No es el mismo viaje entre quién compra un boleto de avión para terminar subiendo una foto en Instagram posando frente a las pirámides de Egipto, que quien sale de Venezuela o Cuba para salvar su vida y su dignidad. También es cierto que tampoco utilizamos el término viajar, cuando nos desplazamos cotidianamente. No solemos considerar como un viaje el trayecto que hacemos en un taxi o en el metro. Pareciera que el “viaje” se ha convertido en una actividad reducida a las clases con el poder adquisitivo para realizarlo.

Me gusta pensar que también existen otros viajes posibles para refrescar la vigencia de la parábola. Si obedecemos a la corriente científica y escuchamos las exigencias que nos hace la tierra para no desaparecer, creo que se vuelve muy interesante mirar hacia las profundidades del mar. Hay aún muchos escenarios por descubrir y esclarecer sin escapar de la atmósfera terrestre.

El viaje, para entender los ciclos y necesidades que demanda nuestro planeta para no colapsar, implica un cambio drástico en las costumbres que tenemos –incluido el lenguaje mismo– y esto se convertirá sin duda en el viaje trascendental de la vida sobre el planeta.

 

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