DESAMPARADOS EN EL TEMIBLE CHACO BOLIVIANO
(CAP. 1 DE 4)
Historia auténtica
PRÓLOGO
Es imprescindible, para que se entienda bien el relato, incluir estas palabras previas que le darán sustento a la lectura.
Cuando ocurrió esta historia yo era Director del South American Biological Control Laboratory, ARS, USDA (SABCL). Este pequeño instituto, ubicado en los suburbios de Buenos Aires, realizaba investigaciones biológicas en busca de insectos y microorganismos benéficos que pudiesen ser utilizados en la lucha contra las plagas insectiles de los cultivos. Para tal fin recorríamos el país y países limítrofes en busca de estos “agentes de control” para luego estudiar en el laboratorio sus atributos deseables para su futura utilización. Esto se denomina Control Biológico de Plagas y hoy en día está mucho más extendido que en la década del 70.
En esa oportunidad, yo tenía 33 años, estaba casado con Stella Maris y tenía una hija María Eugenia de cuatro años. Desde que ingresé al laboratorio, en 1970, no paré de recorrer el norte del país y tenía ya cierta práctica en expediciones científicas.
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El agua de los charcos azotaba la camioneta todo terreno desde abajo y desde arriba, las nubes rebosantes se encargaban de mantenerlos colmados. Es imposible navegar con un auto y era eso, casi, lo que intentábamos hacer en esa huella abandonada del Chaco Boliviano. La brecha cortaba al bosque como un hilo fino de agua y por allí avanzábamos penosamente intentando no atascarnos lo cual se hacía más y más difícil a medida que la lluvia continuaba con furia y tenacidad tropical. Súbitamente, luego de atravesar un charco muy profundo donde el agua barrosa bañó el parabrisas, el auto se detuvo en seco. Trate de arrancar el motor pero fue imposible. Tuve una idea de cuál podía haber sido la causa del problema y la hallé al destapar el filtro de aire: había allí más de un litro de agua barrosa y supuse que otro tanto se hallaría dentro de los cilindros. La lluvia continuaba con fuerza. Un venturoso aerosol “arranca motores” nos sacó del percance. Mientras Byron le daba marcha yo aplicaba el aerosol en la boca del carburador hasta que bocanadas de vapor comenzaron a salir por el escape; se vaciaron los cilindros y el motor se puso en marcha. Un pequeño milagro de la tecnología; de no haber contado con el mágico aerosol hubiese sido totalmente imposible hacerlo. Luego, instalados los dos únicos pasajeros en la cabina del auto debatimos durante unos minutos si debíamos seguir esa marcha agónica, detenernos hasta que amainara o intentar el regreso. Muy en contra de mi voluntad, decidimos continuar el chapoteo. La esposa de Byron estaría llegando a Asunción del Paraguay al día siguiente y él no quería que quedase sola y sin noticias nuestras. No era una mala idea pero considerando la situación actual era un acto desesperado. Y así fue, al cabo de unos minutos de andar quedamos atascados en el barro. La Chevrolet Suburban 4x4 hizo lo que pudo para salir y lo consiguió solo para volver a hundirse en el lodazal unos cientos de metros adelante.
El Chaco es una región fitogeográfica que ocupa el norte de la Argentina, oeste del Paraguay y este de Bolivia. Se caracteriza por una gran llanura subhúmeda a semiárida, cubierta por islotes de bosque xerófilo y sabanas de pastizales altos entre ellos. El régimen pluvial es monzónico caracterizado por inviernos secos y veranos lluviosos. La temperatura es alta en verano sobrepasando los 40ºC. Las lluvias comienzan en noviembre y duran hasta marzo. A pesar de haber sido sobreexplotado en cuanto a la extracción maderera, la mayor parte de su extensión se halla en estado virgen solo con cria primitiva de ganado bovino y caprino. Esta región tiene una particularidad: El invierno es un infierno de sequedad y polvo, y el verano es un averno de calor y agua desmadrada (inundaciones, caminos intransitables, incomunicación, etc.).
Comenzó así la aventura más ardua y peligrosa que tuve en toda mi trayectoria de 32 años en el SABCL. Fueron seis días de penurias atascados en el mismo lugar salvaje e inhóspito del chaco boliviano.
Mal Comienzo
El viaje había comenzado con el pie izquierdo. Mi acompañante, el Dr. Byron Burson, era colega de mi ex jefe y amigo Dr. Jack DeLoach y trabajaban juntos en el laboratorio del USDA de Temple, Texas. Trabajaba en el mejoramiento genético de pasturas y deseaba recorrer la región del Chaco en Bolivia, Paraguay y Argentina en busca de material genético nuevo para el mejoramiento de pastos para el ganado. Yo, continuando con mis planes de investigación, buscaría enemigos naturales de algarrobos y otras plantas. Una operación en mi muñeca izquierda me obligaba a usar vendaje y limitaba los movimientos de mi mano. Postergamos la partida un par de días para mi recuperación pero finalmente levamos anclas un domingo de febrero de 1979.
Llegamos a La Quiaca al cuarto día e inmediatamente comenzaron a brotar los problemas. En la Aduana no tenían la franquicia de exportación temporaria de nuestro auto con patente diplomática, pero por suerte sirvieron mis copias. Esta particular patente obligaba a seguir este engorroso trámite cada vez que se salía del país. Se complicaba, además, por la ridícula exigencia de estipular en cual ciudad y cuando se saldría del país y otro tanto con la entrada. En Migraciones también encontraron que yo no tenía un permiso de turismo sin el cual no podía entrar en Bolivia. Nos enviaron al consulado de Bolivia en La Quiaca, de allí a la policía para otro “certificado de residencia”, luego comprar papel Romaní para que el funcionario elaborara el documento. Cuatro horas y media metidos en el laberinto de la burocracia fronteriza. Me preguntaba, para que se necesitan funcionarios si los viajantes deben hacer gran parte del trabajo que es de su competencia, ¡Joder!
Apenas entrados a la ciudad fronteriza boliviana, Villazón, el objetivo inmediato e ineludible era comprar mapas de la región. Nos desalentamos en la primera librería que entramos cuando nos miraron como quien pide tornillos en una carnicería. ¡No existía en la ciudad una cosa tan elemental como un simple mapa de todo el país! ¿Y ahora qué? En la policía, a quien recurrimos en busca de sugerencias, me dejaron calcar un desteñido y elemental mapa que tenían enmarcado en la pared y esa fue nuestra única guía en todo el viaje. Por suerte, la señalización carretera en Bolivia estaba considerada a la altura de la de Alemania y no tuvimos problemas en perdernos varias veces.
Para llegar a Tarija, 167 km al este, tardamos dos días por los caminos de cornisa más peligrosos que uno puede imaginar. Luego, las insignificantes Villa Montes, Palo Blanco y al final Boyuibe. En el hotel “El Chaqueño” me hicieron estacionar la “movilidad” en un multifuncional gallinero-chiquero-cochera lindante. Estacionar fue sencillo, abrir la tranquera y acomodar el auto. Salir del “garaje” sin pisar caca fue ya otra aventura.
Boyuibe era clave en el itinerario porque de allí partía el camino que nos llevaría a Filadelfia, una prospera colonia Menonita, en el corazón del chaco paraguayo y de allí a Asunción por la carretera transchaco. Había otro camino desde Villa Montes pero la policía lo había desaconsejado por su mal estado. ¡Esto fue realmente hilarante! Parece que entonces existía “algo peor” de la que finalmente tomamos. ¡Cosas veredes Sancho que non crederes!
El hotel “El Chaqueño” contaba con todas las incomodidades y fastidios a las cuales ya nos estábamos acostumbrando en nuestra corta excursión en Bolivia: No tenía agua corriente, los baños eran públicos, extremadamente públicos. La habitación no tenía ventanas ni aberturas al exterior para no distraerse con el cielo estrellado y dormir como un tronco que agoniza. Pero, esto es solo anecdótico porque la verdadera aventura estaba a punto de comenzar el día siguiente.
Atrapados en el Barro y Acosados por Garrapatas
A 85 km al E de Boyuibe y habiendo pasado por los parajes o estancias de El Carmen, Consuelo y Santa Anita, nos hundimos en el fino y pegajoso barro chaqueño. Aun restaban unos 20-40 km para el límite con el Paraguay y 700 km más hasta Asunción atravesando de extremo a extremo el agresivo chaco paraguayo. Eran las 1600 h del lunes 26 de febrero de 1979. ¡Qué ilusos que fuimos! Pretendíamos llegar ese mismo día a Asunción, recorriendo 800 km de camino de tierra y, ya se verá más adelanta, bajo una de las lluvias más intensas de la región en años.
NOTA: A partir de este preciso punto de la narración transcribo el texto original que fui escribiendo en el momento y lugar de la aventura introduciendo solo los cambios mínimos necesarios. Advierto a los lectores que ciertas actitudes mías que pueden parecer egocéntricas y mezquinas, efectivamente lo fueron. Pero, recurro a vuestra generosidad para disimularlas debido a la situación extrema que vivimos.
Comienzo, Desarrollo y Fin de la Odisea
Día 1, lunes 26 febrero 1979: Ya veníamos bajo una fina lluvia, patinando y peludeando en el barro desde Consuelo (26 km atrás), cuando se descargó la lluvia sin compasión. Avanzábamos de “laguna” en laguna con una ceguera total de lo que había bajo el agua y con todas las probabilidades en contra. Previsiblemente, en el centro de una de esas lagunas enormes, que ocupaba todo el camino y los costados con pasto hasta los árboles del borde del bosque, nos sumergimos hasta los ejes y la 4x4 dijo basta. Probamos colocar ramas debajo de las ruedas adelante y atrás pero nada cambio. A las 1900 h, ya con poca luz desistimos, con las ruedas sumergidas hasta los ejes. Cenamos raciones y tratamos de dormir. Byron no pudo en el asiento delantero y se acomodó atrás entre las cajas de equipo. Esto me dejó a mí todo el asiento delantero en el cual podía casi extender mis piernas por completo.
Con barro hasta las orejas, pues habíamos chapoteado dos horas antes de rendirnos, nos dispusimos a dormir. No dormimos bien con los pies mojados y la falta de espacio. Fue una noche miserable con el ruido infernal de las ranas, chicharras y otras miserables alimañas creadas por Dios con el solo propósito de jodernos. Curiosa la perspectiva humana, en otras circunstancias hubiese disfrutado de este canto esplendoroso de la naturaleza chaqueña. En cambio ahora todo lo bello giraba hasta convertirse en lo opuesto.
Día 2, martes 27 febrero de 1979: Nos despertamos a las 0600 h, desayunamos raciones y a palear barro. No secó mucho durante la noche. Desistimos de agregar ramas y en lugar hicimos dos diques, uno adelante y el segundo atrás del auto y vaciamos el mini lago, primero con bolsas de polietileno y luego con un recipiente de telgopor (¿por qué cuernos no habré traído el balde plegable de lona?). A las 0900 h terminamos luego de tres horas de trabajo de desagote agotador. Llamé al laboratorio por la radio BHF pero no hubo respuesta y decidimos esperar que el sol y el viento completaran el trabajo de drenaje que habíamos hecho. Ahora son las 1200 h y acabo de retirar la octava garrapata en mi cuerpo. Larvas medianas, no prendidas, solo caminando buscando un lugar apropiado para clavar sus mandíbulas y chupar sangre. Excepto una que estaba tan prendida que tuve que sumergirla en acetato de etilo (solvente orgánico que usábamos para matar insectos para coleccionar) para desprenderla. Hay buen viento y no mucho calor. La tierra se está secando rápidamente. Por la tarde volvimos a intentar mejorar la tracción colocando ramas y tierra seca bajo las ruedas. ¡Probamos y salimos! Pero a los pocos metros caímos en un lugar peor y tan mal que se clavó el diferencial trasero en una franja central de tierra compacta como el cemento. Estábamos otra vez como al principio. La única solución que veíamos ahora era cavar debajo del diferencial para tratar de destrabarlo. Manos a la obra. Lo hicimos desde la parte lateral trasera ya que desde el paragolpes la distancia era muy grande y no llegábamos con la pala. Después de mucho transpirar llegamos al diferencial pero el auto no se movió un centímetro cuando lo pusimos en marcha. Enfrascados estábamos en el trabajo cuando apareció un muchacho en mula. ¡Providencial! Le pedí que mandara gente del El Carmen, de donde venía. Le pagaríamos 100 bolivianos a él y 500 a la otra gente (20 bolivianos = 1 dólar), un buen dinero para la economía boliviana. Aceptó regresar mañana por la mañana.
Con esa perspectiva halagüeña, cenamos las raciones y dormimos mucho mejor con la ayuda del cansancio y las pastillas de Hidrato de Cloral de Byron. Cenamos porotos con albóndigas y salchichas y un postre de chocolate. Nuestro premio del día. Recogimos hoy agua barrosa de los charcos en un bidón que había contenido alcohol y le agregamos 10 cc de lavandina concentrada, esperemos que sea suficiente para matar gérmenes y no a nosotros. Tomamos esta previsión porque nos queda agua potable para mañana solamente. Por más que intentamos con diferentes filtros improvisados, sombreros, goma espuma, distintos tejidos, fue imposible aclarar el barroso menjunje pero era mejor que no tener agua en este infierno de calor. Traté de llamar al laboratorio por la radio pero sin respuesta por segunda vez. La radio consume una cantidad apreciable de amperes de la batería y en la situación que nos encontramos esta es de una importancia capital. Por ello quiero limitar su uso a una vez por día.
Día 3, miércoles 28 febrero 1979: No desayunamos para ahorrar comida y bebida. Esperamos hasta las 0900 h pero nadie apareció. Decidimos entonces caminar unos 25 km hasta Consuelo para buscar ayuda. Partimos a las 0930 h con una lata de repelente de insectos, el bidón con unos 3.5 litros de agua potable, la única que nos quedaba, cuchillo y toallas para la cabeza. Las garrapatas continúan insoportables, cada 5 minutos nos sacamos una, dos, tres caminando sobre la piel debajo de la ropa. La caminata, aun por el camino, no fue para nada fácil debido a los grandes charcos, ¡algunos tan viejos que había camalotes creciendo en ellos! Nos embarramos hasta las rodillas, pero como ya lo estábamos no importó. Paramos a la hora para descansar y beber. Tomamos pastillas de sal para la sed y agotamiento. Le dije a Byron que se adelantara pues mis pies me dolían mucho, con muchas ampollas. Nos encontramos un kilómetro más adelante donde había un cartel donde apenas se leía sobre una chapa oxidada “Santa Anita 2 km” el cual obviamente no habíamos notado alto al pasar por allí. Ya habríamos caminado unos 13 km desde el vehículo, en dirección a Boyuibe. Tomamos el desvío y llegamos al paraje donde el puestero nos ofreció comida y agua de un pequeño tajamar cubierto con camalotes, y lentejitas de agua y agua límpida color infusión de manzanilla. Le ofrecí pagarle para que fuera en busca de un tractor que casualmente ayer estuvo aquí, nos comentó, y que ahora está en el aserradero. Le di 100 bolivianos y se mostró complacido. Le prometí otros 100 si traía el tractor. Calculó el hombre unas tres horas de ida y otras tantas de regreso para cubrir los 20 km hasta el aserradero. Con esos cálculos estaría de vuelta a las 1900 h. El hombre juntó y encerró los terneros, comió algo, ensilló los dos caballos y partió a las 1315 h. Nosotros descansamos, recogimos agua del tajamar, la filtramos con una bolsa y le agregamos 2 pastillas de iodo por litro. El puestero bebía directamente esa agua recogiéndola con un vaso y apartando las lentejitas con un hábil golpe con el mismo vaso. Los cuatro perros del curtido trashumante no podían estar más maltrechos, famélicos y con garrapatas hasta en los párpados, literalmente. Comieron o mejor dicho bebieron ávidamente de una lata de 5 litros el suero residual de una cuajada que colgaba de un árbol filtrándose en una bolsa de harina. Al parecer el alimento básico del puestero era ese y por lo que pude curiosear cuando se fue, también caldo o guiso de algunas verduras. No le faltaba yerba ni azúcar por supuesto. Me pareció paraguayo al principio, pero era boliviano. Muy gaucho, con la piel dura y curtida como los tientos de cuero que remendaban su escopeta colgando de su hombro cañón abajo. Los caballos y cebúes no tenían garrapatas, al menos visibles.
Emprendimos el regreso a las 1500 h con unos nubarrones que nos inquietaron un tanto: Habíamos dejado las cámaras de fotos debajo de unos arbustos anticipando algún amigo de lo ajeno visitando el lugar. Esta vez, los 15 km de regreso fueron terribles. Nunca llegábamos y mis pies se convirtieron en una llaga ardiente. Luego de 5 horas de caminata llegamos al auto a las 1800 h. Descansamos, cenamos poco por el tremendo cansancio, carne con papas y dormimos.
(Continuará en el Cap. 2)