EN LA OSCURIDAD PROFUNDA
Está muy oscuro aquí abajo. Todo es negrura
absoluta, impenetrable. El ambiente es húmedo y terroso y me da pavor no saber
dónde está el arriba o el abajo. No puedo moverme y apenas si puedo respirar.
La atmósfera se está tornando cada más sofocante e inaguantable desde que
comprendí mi situación. Lo más angustiante de todo es que ¡no sé si estoy vivo
o muerto!
¿Cómo es posible que esto sea así, no saber si uno está
vivo o muerto? Para los otros debe ser una tarea fácil cerciorarse de que un
ser viviente presente signos de vida o no. Pero para mí, no. ¿Y si estoy
muerto, como es que estoy armando estos pensamientos? Podrían ser los últimos
pensamientos de un ser recientemente muerto cuya alma se está elevando al
cielo. O sea, estaría muerto sin saberlo, creyéndome vivo. La situación es
tremendamente angustiante, incomprensible.
Analizando los hechos con un poco de la calma que no tengo,
pienso que estoy enterrado desnudo en una tierra tibia y fértil, sin malos
olores y sin demasiada agua. Lo poco que respiro me alcanza y no creo que la
falta de aire sea un problema.
No sé cuánto tiempo ha pasado desde que comenzó todo. ¿Cómo
podría calcularlo? En lo que estimo es la superficie de este suelo, allá
arriba, no percibo actividad. ¡Dios mío, estoy solo y enterrado, muerto o vivo!
Súbitamente escucho un repicar en la superficie, como un resonar
de cascos de caballos al trote y después al galope. Cada vez más intenso y
ahora mi cuerpo se está mojando completamente. Es una lluvia fresca que
extrañamente me trae paz, una tranquilidad inexplicable que calma todos mis
sentidos. Sin embargo, no puedo dejar de repetir mi letanía, ¿dónde estoy,
porque estoy aquí y la última pregunta aterradora…estoy muerto o vivo?
Hace un rato, un lapso completamente indeterminado, comencé
a creer que estoy vivo. Algo inusitado sucedió dentro de mi cuerpo que me sorprendió.
Sentí que la mayor humedad del suelo, luego de la copiosa lluvia, además de
traerme una paz irracional, comenzó a hidratarme lentamente. Mi cuerpo hinchado
se aprieta contra la tierra circundante tomando contacto con cada terrón,
piedrita o palito que juegan en el entorno negro.
Si no me fallan los cálculos, ahora, luego de otro tiempo indeterminado,
creo que mi cuerpo ha crecido el doble. Mi piel está tersa y bien hidratada. Mis
órganos internos se mueven con más comodidad dentro de este cuerpo más grande. Percibo
que algo comienza a activarse allí en lo profundo de mi ser. En el esplendor de
la naturaleza mueren sustancias y nacen otras y algún intangible director de
orquesta biológico comanda la batuta con pericia absoluta.
No sé cómo medir el tiempo y me preocupa no saber en qué
mes, día y hora vivo, sí, vivo. ¡Qué lindo es estar vivo y poder percibirlo con
certeza! Por mis horas de descanso y vigilia voy a estimar el tiempo en fases
lunares. No hace mucho pude ver, casi adivinar, la luz de la luna llena que se
filtraba a través de los poros del suelo. Colijo, por lo tanto, que no estoy a
gran profundidad. Creo que voy a medir el tiempo en fases lunares de una
semana. Así, de luna llena a luna llena habrá transcurrido un mes.
Ya pasaron dos fases lunares desde la última lluvia, dos
semanas, un tiempo eterno para mi situación opresiva. Otra vez siento
movimientos en el interior de mi ser. ¡Dios, que dolor!, siento que se me abre
el pecho y algo empuja desde adentro para salir. ¿Qué me está pasando? ¿Algún
parásito asesino se habrá apoderado de mi cuerpo y ahora que cumplió su ciclo endógeno
quiere emerger para continuar su trabajo de perpetuación genética? Aquí abajo
hay una fauna y flora inmensa, desde bacterias y hongos hasta gusanos, insectos
y otros moradores superiores. Es como un bosque tropical abundante de vida, de
diversidad. Quieto, sin capacidad de moverme, de escapar, soy un blanco fácil
para todos esos “enemigos” hijos de la tierra.
El misterioso elemento que se abre camino desde mi pecho
hacia la superficie es fuerte y muy flexible. Se adapta a los obstáculos que
encuentra a su paso y los sortea sin dificultad, respetando su mandato secular.
Han pasado cuatro fases lunares desde que esa “cosa”
partiera mi pecho en dos y comenzará su ascenso. Veo con claridad ahora que la “cosa”
rasga el aire con sus intenciones de vida, que se trata de…un brote. Sí, sí, es
el primer brote, la base primordial de una nueva planta. ¿Y qué tengo que ver
yo con esta nueva planta? ¿Y qué pasará conmigo en esta negra inmensidad que me
acecha? Con el pecho abierto y mis vísceras al aire seré pasto para las fieras
y no duraré mucho. Lo presiento.
Es el ciclo de la vida. Es necesario que algunos mueran
para que otros subsistan. Todo se recicla en los distintos niveles tróficos de
los ecosistemas.
Bueno, basta ya de filosofía inconducente. Al fin y al cabo
que podría saber yo que solo soy un mero elemento de ese intrincado mundo que
llaman naturaleza. Yo, que soy una simple semilla.