miércoles, 26 de agosto de 2020

EL LOBISOME (RELATO LEGENDARIO)

 EL LOBISOME

Antes de ingresar al relato, creo necesario hacer un resumen acabado de este cuento porque no coincide con las creencias más comunes que transitan por el país acerca del lobizón o lobisón, las cuales son más parecidas a la leyenda internacional del hombre lobo. La leyenda del “lobisome” (incluida con esa curiosa grafía en el libro Supersticiones y leyendas, Región misionera, Valles calchaquíes, Las pampas, de Juan B. Ambrosetti. Ed. Emece, Bs.As., 2001, 187 págs.) es obviamente europea, adaptada por cierto a la idiosincrasia local.

El lobisome es la condición fatal del séptimo hijo varón consecutivo y si es la séptima mujer consecutiva, ella será bruja. Es la metamorfosis que sufre el varón en un animal parecido al perro y al cerdo, con grandes orejas que le tapan la cara y con las que produce un ruido especial. Su color varía en bayo o negro, según sea el individuo blanco o negro.

Todos los viernes, a las doce de la noche, que es cuando se produce la transformación, sale el lobisome para dirigirse a los estercoleros y gallineros, donde come excrementos de toda clase, que constituyen su principal alimento, como también las criaturas aún no bautizadas. Los perros lo persiguen y combaten pero no pueden causarle daño porque el lobisome los aterroriza con el ruido producido por sus grandes orejas. El encanto cesa si alguien lo hiere. El lobisome recupera su forma humana y manifiesta su profunda gratitud por haber hecho desaparecer la fatalidad que pesaba sobre él. Sin embargo, esta gratitud es totalmente ficticia ya que tratará por todos los medios de exterminar a su bienhechor. De modo que lo mejor, cuando se lo encuentra, es matarlo sin exponerse a esas desagradables gratitudes.

El individuo que es lobisome, por lo general, es delgado, alto, de mal color y enfermo del estómago, pues dicen que dada su alimentación, es consecuente con la afección, y todos los sábados tiene que guardar cama forzosamente como resultado de las aventuras de la noche anterior. Esta creencia está tan arraigada entre alguna de esa gente que no solo aseguran haberlo visto, sino que también, con gran misterio, señalan al individuo sindicado de lobisome, mostrándolo con recelo, y hacen de ese hombre una especie de paria.

Ahora sí, en conocimiento pleno de que es un lobisome, entremos en el relato.

 

EL LOBISOME, LOBISÓN AUTÓCTONO

E

 n Mburucuyá, pequeño pueblo ubicado en el borde de los Esteros del Iberá en la provincia de Corrientes, vivía un apuesto joven llamado Lisandro. Alto, delgado, con rasgos refinados y modales cuidados, el mozo era muy requerido por las muchachas en edad de merecer del pueblo. Sin ocupación a la vista ─vivía con sus padres─ el joven de unos veinte años, paseaba su humanidad con soltura por las calles del pueblo atrayendo las miradas de las guainas y otras mujeres en sazón del poblado.

Sus hermosos ojos, grandes como almendras grandes, tenían un color y brillo especial, se diría que el mismo que tienen las mentes ambiciosas de poder y de grandes emprendimientos. Sus pies grandes, tal vez algo desproporcionados con su altura, le daban un andar atractivo y animal, en el buen sentido de la palabra.

No se podría decir que Lisandro vivía en un lecho de rosas ya que en Mburucuyá no existía tal cosa, pero llevaba una vida cómoda. Sus padres, muy conscientes de que Lisandro era el séptimo hijo varón consecutivo de la familia, lo malcriaban y consentían con la intención de que el maleficio se frustrara. Se esmeraron, muy por encima de sus posibilidades económicas, para que el hijo tuviese una prolija educación.

Como lo establecía el decreto ochocientos cuarenta y ocho del año 1973, Lisandro, era el ahijado del presidente de la Nación y en consecuencia se había hecho acreedor a una beca de estudio muy por encima de los ingresos familiares normales del pueblo. Por ello, había estudiado en Corrientes donde consiguió una considerable reputación de estudiante aplicado y brillante y un título de abogado. El futuro se vislumbraba muy promisorio para el destacado Lisandro.

Sin embargo, una sombra tenebrosa parecía oscurecer los planes que Lisandro y todos sus familiares tenían para él. La descompostura estomacal que el joven presentaba todos los sábados, y su discreta desaparición de los viernes por la noche, ponían en evidencia lo que todos sospechaban, ¡Lisandro era, sin duda, un lobisome! El padrinazgo presidencial no había sido capaz de conjurar el hechizo pero tuvo un efecto de atenuación de éste. No se habían registrado muerte de niños ni de animales en la comarca y eso indicaba a todas luces que las andanzas nocturnas de Lisandro eran bastante incruentas. Se trataba, sin ninguna duda para los habitantes de Mburucuyá, de un lobisome compasivo, que también los había. ¿Por qué no habría de existir si hay de todo en la viña del señor y todos, hasta los más abyectos, son merecedores a ser hijos de Dios y de recibir su perdón? Así, lo había expresado en más de una oportunidad el padre Andrés en su sermón dominical. Conocía a Lisandro de niño y creía en la incapacidad del joven para dañar a otros. Ya veremos que el padre se equivocaba en algunos detalles.

El tiempo fue pasando y Lisandro, el “come carroña”, continuó con sus ambiciosos planes de ascenso social. Se mudó a la capital de la provincia, la ciudad de Corrientes, porque Mburucuyá le quedaba un poco chica para sus propósitos. En la capital, se ubicó en un barrio periférico, pero decente, para continuar carroñando los viernes por la noche según “su costumbre”. Tenía el barrio un perfil bajo lo que también iba de acuerdo con los designios de Lisandro. Ya nada parecía detener el impulso vital de nuestro joven, y su condición de lobisome o carroñero nocturno parecía, de alguna manera, contribuir decididamente con su estrategia de progreso social.

Y así fue como un día, los sorprendidos habitantes de Mburucuyá pudieron leer en el diario una noticia que dejó boquiabiertos a los más escépticos: En las últimas elecciones provinciales, ese joven nativo y admirado del modesto pueblo del borde del Estero del Iberá, había resultado ganador ¡y se había convertido en el gobernador de la provincia!

Lisandro era ahora el “carroñero perfecto”, preparado durante décadas para comer excrementos de animales, estaba ahora listo para pasar a un nivel ecológico superior, rapiñar, robar, despojar, arrebatar, usurpar y apropiarse de los bienes de los ciudadanos. De una forma u otra, la maldición del lobisome se había cumplido inexorablemente.

 

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