EL LOBISOME
Antes
de ingresar al relato, creo necesario hacer un resumen acabado de este
cuento porque no coincide con las creencias más comunes que transitan por el
país acerca del lobizón o lobisón, las cuales son más parecidas a la leyenda
internacional del hombre lobo. La leyenda del “lobisome” (incluida con esa curiosa
grafía en el libro Supersticiones y
leyendas, Región misionera, Valles calchaquíes, Las pampas, de Juan B.
Ambrosetti. Ed. Emece, Bs.As., 2001, 187 págs.) es obviamente europea, adaptada
por cierto a la idiosincrasia local.
El lobisome es la condición fatal del séptimo hijo varón
consecutivo y si es la séptima mujer consecutiva, ella será bruja. Es la
metamorfosis que sufre el varón en un animal parecido al perro y al cerdo, con
grandes orejas que le tapan la cara y con las que produce un ruido especial. Su
color varía en bayo o negro, según sea el individuo blanco o negro.
Todos los viernes, a las doce de la noche, que es
cuando se produce la transformación, sale el lobisome para dirigirse a los
estercoleros y gallineros, donde come excrementos de toda clase, que
constituyen su principal alimento, como también las criaturas aún no
bautizadas. Los perros lo persiguen y combaten pero no pueden causarle daño
porque el lobisome los aterroriza con el ruido producido por sus grandes
orejas. El encanto cesa si alguien lo hiere. El lobisome recupera su forma
humana y manifiesta su profunda gratitud por haber hecho desaparecer la
fatalidad que pesaba sobre él. Sin embargo, esta gratitud es totalmente
ficticia ya que tratará por todos los medios de exterminar a su bienhechor. De
modo que lo mejor, cuando se lo encuentra, es matarlo sin exponerse a esas
desagradables gratitudes.
El individuo que es lobisome, por lo general, es
delgado, alto, de mal color y enfermo del estómago, pues dicen que dada su
alimentación, es consecuente con la afección, y todos los sábados tiene que
guardar cama forzosamente como resultado de las aventuras de la noche anterior.
Esta creencia está tan arraigada entre alguna de esa gente que no solo aseguran
haberlo visto, sino que también, con gran misterio, señalan al individuo sindicado
de lobisome, mostrándolo con recelo, y hacen de ese hombre una especie de
paria.
Ahora sí, en conocimiento pleno de que es un lobisome,
entremos en el relato.
EL LOBISOME, LOBISÓN AUTÓCTONO
E |
Sus hermosos ojos, grandes como almendras grandes,
tenían un color y brillo especial, se diría que el mismo que tienen las mentes
ambiciosas de poder y de grandes emprendimientos. Sus pies grandes, tal vez
algo desproporcionados con su altura, le daban un andar atractivo y animal, en
el buen sentido de la palabra.
No se podría decir que Lisandro vivía en un lecho de
rosas ya que en Mburucuyá no existía tal cosa, pero llevaba una vida cómoda. Sus
padres, muy conscientes de que Lisandro era el séptimo hijo varón consecutivo
de la familia, lo malcriaban y consentían con la intención de que el maleficio
se frustrara. Se esmeraron, muy por encima de sus posibilidades económicas,
para que el hijo tuviese una prolija educación.
Como lo establecía el decreto ochocientos cuarenta y
ocho del año 1973, Lisandro, era el ahijado del presidente de la Nación y en
consecuencia se había hecho acreedor a una beca de estudio muy por encima de
los ingresos familiares normales del pueblo. Por ello, había estudiado en
Corrientes donde consiguió una considerable reputación de estudiante aplicado y
brillante y un título de abogado. El futuro se vislumbraba muy promisorio para
el destacado Lisandro.
Sin embargo, una sombra tenebrosa parecía oscurecer
los planes que Lisandro y todos sus familiares tenían para él. La descompostura
estomacal que el joven presentaba todos los sábados, y su discreta desaparición
de los viernes por la noche, ponían en evidencia lo que todos sospechaban,
¡Lisandro era, sin duda, un lobisome! El padrinazgo presidencial no había sido
capaz de conjurar el hechizo pero tuvo un efecto de atenuación de éste. No se
habían registrado muerte de niños ni de animales en la comarca y eso indicaba a
todas luces que las andanzas nocturnas de Lisandro eran bastante incruentas. Se
trataba, sin ninguna duda para los habitantes de Mburucuyá, de un lobisome compasivo,
que también los había. ¿Por qué no habría de existir si hay de todo en la viña
del señor y todos, hasta los más abyectos, son merecedores a ser hijos de Dios
y de recibir su perdón? Así, lo había expresado en más de una oportunidad el
padre Andrés en su sermón dominical. Conocía a Lisandro de niño y creía en la
incapacidad del joven para dañar a otros. Ya veremos que el padre se equivocaba
en algunos detalles.
El tiempo fue pasando y Lisandro, el “come carroña”,
continuó con sus ambiciosos planes de ascenso social. Se mudó a la capital de
la provincia, la ciudad de Corrientes, porque Mburucuyá le quedaba un poco
chica para sus propósitos. En la capital, se ubicó en un barrio periférico,
pero decente, para continuar carroñando los viernes por la noche según “su
costumbre”. Tenía el barrio un perfil bajo lo que también iba de acuerdo con
los designios de Lisandro. Ya nada parecía detener el impulso vital de nuestro
joven, y su condición de lobisome o carroñero nocturno parecía, de alguna
manera, contribuir decididamente con su estrategia de progreso social.
Y así fue como un día, los sorprendidos habitantes de
Mburucuyá pudieron leer en el diario una noticia que dejó boquiabiertos a los
más escépticos: En las últimas elecciones provinciales, ese joven nativo y
admirado del modesto pueblo del borde del Estero del Iberá, había resultado
ganador ¡y se había convertido en el gobernador de la provincia!
Lisandro era ahora el “carroñero perfecto”, preparado
durante décadas para comer excrementos de animales, estaba ahora listo para
pasar a un nivel ecológico superior, rapiñar, robar, despojar, arrebatar,
usurpar y apropiarse de los bienes de los ciudadanos. De una forma u otra, la
maldición del lobisome se había cumplido inexorablemente.
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